martes, 1 de noviembre de 2011

Manuales sobre lejania, por Pocho


Estas del otro lado, del lado que sea pero del otro lado, a una distancia tal que te sitúa en un lugar distinto. Estás en un punto de ubicación en que debes recorrer algo hasta llegar a su extremo opuesto. A veces son distancias tan fáciles de contar como unas cuantas calles. A veces un poco mayores como la provincia de al lado, a veces es el país vecino cruzando aquella frontera. Otras veces más difíciles de medir como el denominado “cruzando el charco”. ¿Cuántos son? ¿Diez, quince mil kilómetros? Da igual. Son muchos… o no.



 


Muchas tardes con Leandro o Daniel nos juntábamos a hacer las tareas de los manuales Kapeluz que nos daba nuestra maestra de grado, la señorita Jovita. Se transformaban en jornadas de derroche energético, comenzando con un recorrido por todos los juegos de la plaza Buratovich, campeonatos de salto desde las hamacas, pisar hojas secas y luego entrar a casa a reponer lo gastado con chocolatadas bebidas a velocidades insuperables para finalmente cumplir con la breve parte de lo encargado en clases.
Eran manuales, guías digamos, para aprender cosas diversas. El que más me guastaba era el de ciencias naturales. No sé por qué. Tal vez me intrigaba lo fantástico del equilibrio natural y al mismo tiempo su misteriosa complejidad. Pero seguro que en aquellos años de mediados de los ’80 no lo materializaba en pensamientos como este, simplemente lo disfrutaba, casi con la misma intensidad que el torneo de saltos desde la hamaca.
Leandro era desprolijo, al borde del caos, sus manuales tenían manchones de todos los colores de tinta que existían en esos años. Sin embargo era bueno buscando las respuestas más acertadas rápidamente. Dani era el intelectual de los tres, el que venía con las ejercicios estudiados desde su casa y a veces, después de discutir Leandro y yo un buen rato algún tópico, Dani terminaba leyendo su versión del mismo como si fuese un veredicto final… y claro, en esos casos era esa, la suya, la respuesta que rellenábamos los tres por igual.
Yo probablemente estaba a medio camino entre los dos, era el gracioso del trío, y nos contagiábamos con Leandro durante horas riendo por alguna seguidilla de disparates mancomunados sobre sucesos en la escuela: maestras, compañeros, recreos, etc. La pasábamos bien. Y además  cumplíamos con ese deber que nos representaba la máxima responsabilidad del día.
De alguna forma aquel trabajo era llevadero: los manuales nos guiaban a la respuesta, nos explicaban de manera concreta algo y luego debíamos resolver las preguntas de esa explicación. Siempre había una respuesta. No quedaban dudas sin resolver. Eran guías para aprender.



 


En los siguientes años de la vida no volví a toparme con manuales así. De vez en cuando si compraba algún electrodoméstico (nunca un TV!!!) revivía la sensación del manual Kapeluz. Leía su librito de instrucciones incluyendo las preguntas con respuestas que suelen estar al final, como del estilo “qué hacer si el aparato no se enciende: a) revise la posición de la batería, b) asegúrese de que esté conectado a la fuente eléctrica”. Revelaciones casi básicas.
Pero me fui dando cuenta que los manuales sencillamente existen para aprender temas  concretos como por ejemplo los nombres de países limítrofes, la conformación del primer gobierno nacional, los componentes de una célula eucariota, la oración bimembre, el ensamblado de un mueble prefabricado, el ajuste de emisoras radiales en un equipo de música, etc. Pero no me encontré nunca con uno que diga “manual para convivencia padres-hijos” o “manual para profundizar amistades” ni menos “manual de amores”. Que los hay, los hay, no lo niego, pero suelen acotarse a una lista de consejitos que, aplicados a la realidad, no resultan tan fáciles como se los describe. Menos que menos encontré uno que hablara de la lejanía, y no digo distancia sino lejanía, repito. Son dos conceptos distintos.
La distancia es eso concreto que mencionaba al inicio, mesurable, comparable. Pero la lejanía es abstracta, relacionada con un sentimiento de distancia que no necesariamente sea reflejo fiel de la cuantía de la misma.
Uno no se distancia de otra persona, se aleja. Puede vivir a tres calles del amigo de antaño pero la lejanía es tal que llena océanos. O puede estar al otro lado del charco aunque aferrado en los recovecos de su pensamiento, de manera que la lejanía entre ambos se reduce atómicamente a casi nada.
Esa es la materia que quedó pendiente en los manuales de Kapeluz, seguramente porque no hay nadie atrevido a escribir tal empresa y salir airoso con el producto.
Entonces nos queda vivirla a nuestra forma, aprendida a base de experiencia, de andares…



 


Es nuestro deseo que este espacio, aunque virtual, sea felizmente humanizado para rellenar todas las distancias que nos separan unos de otros haciendo que la lejanía sea solo temas de manuales por escribir.


El Pocho

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