miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sobre la situación de la ciencia en españa

A pesar de la idea inicial de hablar de todo menos de ciencia, me permito colgar este texto que nuestro jefe ( y a pesar de ello amigo) Adolfo ha publicado en el diario "El País" hoy mismo: Creo que refleja bien la situación que vive la ciencia, en algunos ambitos, en España.

Nos aprestamos a finiquitar este año 2011 en medio de ajustes y vigilando la prima de riesgo, como quien vigila el nivel de un río en medio de una crecida. Nada invita a pensar que vaya a escampar y 2012 se presenta plagado de incertidumbres. En medio de la tempestad financiera, España, como antes Grecia, Portugal o Irlanda y ahora también Italia, están en el punto de mira de especuladores sin escrúpulos, que apostando por nuestra de debilidad, ganan dinero, mucho dinero, agravando nuestra propia debilidad, realimentando el ciclo mientras ojean nuevas presas. Conviene recordar que remedando la primera ley de la termodinámica "el dinero ni se crea ni se destruye, sólo cambia de manos". Nadie va a negar que nos hemos ganado a pulso haber llegado hasta aquí y que la deuda del país, es la que es, unos 700.000 millones de euros, pero otros países, como Francia, Reino Unido o la propia Alemania tienen deudas bastante mayores que la nuestra. Para explicar porque somos nosotros hoy la presa, nos dicen que ellos tienen algo de lo que nosotros carecemos: credibilidad.
Viene esto a cuento de la situación que esta viviendo uno de los centros punteros en investigación biomédica de la Comunidad Valenciana, el Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF), inmerso en un ERE que disminuirá su plantilla un 50%. La justificación de este ERE es la insostenibilidad de su mantenimiento por parte de la Comunidad Autónoma Valenciana que ha pasado su presupuesto de 9.7 millones de euros en 2009 a 4.4 millones para 2012. Recortes se están produciendo en mayor o menor grado en otros centros públicos de investigación y no son desgraciadamente noticia, como tampoco lo es, la desvergüenza de que quienes plantean los recortes, al intentarnos convencer al mismo tiempo, de que la única salida de la crisis es cambiar desde una economía basada en ladrillo y playa, a una economía basada en el conocimiento. Nos insisten en que hay que elevar el nivel de formación de nuestros jóvenes, porque de esta manera podremos ser competitivos, pero cuando aún no se ha apagado el eco de sus palabras, ya están firmando los EREs que destapan la falacia del discurso. Y se ceban con estos centros porque son un eslabón débil, menos protegido laboralmente y porque saben que los investigadores son en general gente callada y poco dada a la algarada. Algunos regresarán, con un justificado resquemor, de nuevo a centros extranjeros donde serán recibidos con una mezcla de satisfacción e incredulidad, mientras otros se irán directamente a casa, con la amargura de ver como nuevamente han sido engañados por un país, su país, tan poco fiable hoy como en los tiempos de Cajal.
Dudo que quienes manejan sin escrúpulos los hilos de la especulación financiera, sepan lo que es la fiabilidad de un país, pero al menos los políticos que firman esos EREs deberían saber que la credibilidad que dicen que le falta a España, le falta en primer lugar, porque somos un país incumplidor con nuestros propios ciudadanos. La deuda de la Comunidad Valenciana es de unos 20.000 millones de Euros -¿Para cuándo un ERE a los políticos que la han llevado a esos niveles?- y la de la televisión autonómica, Canal 9, es de unos 1.100 millones de euros con pérdidas de 180 millones de Euros en 2010. El Valencia Club de Fútbol tiene un presupuesto anual de unos 100 millones de euros y una deuda de 200 millones, pero a nadie se le ocurrirá plantear despedir a la mitad de la plantilla del club, si por ejemplo, Canal 9 (financieramente quebrado y con una audiencia que no llega al 6%) u otra TV pública, dejase de financiar con dinero público a una entidad privada por la retransmisión de los partidos de fútbol. Realmente éste es el problema; los investigadores del CIPF no acuden a tertulias, no emiten opiniones políticas, no airean ni sus noviazgos ni sus divorcios, ni nos aburren despellejándose en público en horario continuado. Sólo se dedican a hacer lo que saben, para lo que llevan preparándose durante años de formación en la Universidad, en centros extranjeros de élite por sueldos poco más que mileuristas. Resulta que una comunidad que se ha gastado más de 150 millones en un aeropuerto del que aún no despegan aviones, no puede mantener un centro de investigación con un presupuesto de menos de 10 millones, mientras seguimos presumiendo de tener una liga plagada de estrellas, con presupuestos y deudas multimillonarias. Así nos ven desde Europa y en eso se basa nuestra "credibilidad". Estoy de acuerdo en que España debe apretarse el cinturón, pero no lo estoy en absoluto en que los agujeros suplementarios se los deban hacer siempre los mismos.
No conozco personalmente a Rafael Pulido, investigador y ex-jefe del Laboratorio de Biología Molecular de ese centro, pero si conozco el trabajo publicado en Human Molecular Genetics que hubo de ser presentado para vergüenza de todos (los que no la tienen seguramente pensarán estúpidamente que se trataba de un acto de propaganda) en una sede sindical, pero desde esta página te doy las gracias, porque ese trabajo sobre el gen PTEN encierra claves prácticas para los médicos que atienden a los enfermos con un síndrome de Cowden. Tampoco tengo el gusto de conocer a Consuelo Guerri que donó un premio personal de 25.000 Euros otorgado por una institución alemana, para mantener al personal de su laboratorio que lleva más de 25 años trabajando en las consecuencias del alcohol sobre los embarazos. Es una pena que las TVs no estén interesadas en televisar estas proezas más allá de un apunte en telediario. La audiencia (otro eufemismo tan intangible como el de los mercados) está en otras cosas menos elevadas, dirán. El problema es que los investigadores nos estamos cansando de tener que apelar a la heroica, para continuar sirviendo a los intereses generales del país, mientras otros desahogados lo hunden en la miseria y el choriceo y encima se van de rositas, cobrando millonarias indemnizaciones. Eso si que afecta a la credibilidad y al riesgo-país.
A los colegas del CIPF, desde la distancia, os envío un abrazo solidario; ¡Ojalá os podamos hacer un sitio en otros institutos y centros que reconozcan vuestro trabajo!. A los políticos valencianos, y a los que estén tentados de seguir su ejemplo, quisiera recordaros, casi imploraros, que los recortes se deben hacer con sentido común, pensando en el futuro, con prioridades, con lápiz y papel, con bisturí y no con hacha, que sospechosamente siempre hunde su filo en el tronco ajeno. Os pido que reflexioneis sobre lo que costará reconstruir en tiempo y dinero lo que esos EREs significan, mientras permitís otros gastos improductivos. Es esa la verdadera Champions League, y no la otra, en la que debemos competir, lo que nos permitirá reconocernos como un país adulto, un país serio, un país cumplidor, en definitiva, un país creíble.

Adolfo López de Munain es director del Area de Neurociencias del Instituto Biodonostia. CIBERNED. neurociencias@biodonostia.org

lunes, 14 de noviembre de 2011

El vasco del océano que dos orillas une

Si hay una cosa que caracteriza al nacido por acá, es el “chamuyo”. Así, con la “ye”. Con la “ye” de “canyengue”, o de “descangayada”… como la que pronuncia Gardel en “Esta Noche me emborracho”. La “ye” que acá reemplaza, en nuestra forma de hablar,  a la “ll” de la que los catalanes hacen culto, uso y abuso de pronunciación, y que me suena cercano a su también famosa “l” a la que la hacen resonar en su ahuecada boca como un son grave y profundo, emitido desde el coro de una catedral gótica.
Por eso me emocionó que un emprendimiento literario como el de ustedes se llamara de una forma tan cara a nuestra coloquial mecanismo de comunicación: “el chamuyo”, es decir la palabra expresada usualmente entre amigos – casi siempre en pares - que se escuchan con atención mirándose descansadamente a los ojos, y que acompañan su decir tomando algo, desde un mate amargo, a una cerveza o una copa de buen vino; y alargando el encuentro muchas veces, hasta que el alba les despunta amaneceres.    
Pero más me agradó fue, que el texto que escribieras hablara de distancias y de encuentros, de lejanías y recuerdos, de esperanzas y añoranzas, de lecturas juveniles y de comics, de poesías y de prosas, de sentires y de sueños… y que el texto proviniera de un vasco, los cuales acá los consideramos duros y consecuentes trabajadores, arrojados navegantes prestos a circundar el mundo, pero de parcas y ajustadas palabras, casi axiomáticas; es decir muy diferentes a los habitantes de acá, de estas tierras de amplias, despobladas, y aburridas llanuras que quizás por eso, a veces las poblamos de largas parrafadas irredentas, de circunloquiales silogismos, abonados con intrincadas y psicológicas deducciones.
Es así que pensé que tu juego en el texto, del uso indistinto de la “ye” o la  “ll”, no era más que una señal para unir las distancias que separan nuestros decires haciendo un uso de esas  letras, como sintetizando o señalando, que el chamuyo ó el chamullo no es más que una pequeña diferencia en las formas de mencionar la amistad entre las personas que aún estando lejos, sus orillas están cercanas pues sólo las separa un poco de agua del mar que siempre fue vehículo para transportar esperanzas de cercanías

Por JAC, un honor

domingo, 13 de noviembre de 2011

La música es la trompeta de Satán


La música es la trompeta de Satán
Un grupo de Salafistas (islamistas extremistas) considera que la música es el instrumento del diablo y que incita  a gente a hacer cosas ilícitas porque distrae y contamina. La noticia ha saltado a “ el País” de hoy porque este grupo de gente se ha instalado en Melilla y sus hijos están acudiendo a la educación reglada y gratuita a la que en España tienen acceso todos, pero reniegan de la clase de música y se ausentan de ella.
Semejante entradilla puede dar cabida a muchas argumentaciones, pero no quiero hablar de inmigración, ni de adaptación, ni de religión,  traigo la noticia a colación porque  mi amigo el Pocho ama tanto la música que en cuanto leí la noticia me acordé de él.
Imagino que para los Salafistas el Pocho debe ser como un acólito de Satán, un monaguillo del diablo, el trompetero de Pedro Botero...
Y hay cosas que dicen que son ciertas, no en cuanto al pocho en cuanto  a la música. La música distrae y contamina, lo que no entiendo es el matiz negativo de eso. Yo que por una carambola genética de la evolución provengo de una familia en la que nacemos sin oído, aunque con dos hermosas orejas, no soy tal vez el mejor defensor de las notas, pero si que he vivido sus efectos.
Sus efectos como bálsamo en malos momentos, su papel como conductor de mensajes, la poesía cantada, los bertsos, las décimas, los endecasílabos sabinianos, la melancolía desgarradora de un tango, la alegría de un rock `n` roll, la energía heavy y el romanticismo de una balada (heavy, eso sí…) me han acompañado en tantos momentos que debo pertenecer al nutrido grupo de acólitos de satán según la definición salafista.
Y aunque a mí me toca desde cerca, a uno le surge la curiosidad de que opinarán los amigos que no viven como yo con la música sino que viven la música, Así que, qué opinás Tirsi?, Ta zu Cuerdo?, y el resto de amantes musicológos que nos leen?

jueves, 10 de noviembre de 2011

De verdes y birras

Chamuyaba el pocho sobre la lejanía, con la insuperable maestría del que domina el lenguaje y además, osado, lo usa…
Los gallegos intentaron resumir aquello de la lejanía en una sola palabra, economías del lenguaje de estos lares, y le llamaron morriña, o la saudade portugobrasileira.
Yo que soy más de usar muchas palabras y dejar que las sensaciones fluyan por las letras hasta impregnar al que las lee, no comparto el afán sintético de encerrar tanto sentir en una palabra, pero sin embargo admiro las emociones que estas palabras; morriña, saudade, herrimina y tal menos acertada, menos condensada, nostalgia, encierran y trasmiten. Estas palabras hablan de amor a la lejana tierra, de épocas de emigración, pero más allá de la tierra hablan de amor por las costumbres dejadas, por las calles en las que uno creció, por el idioma… Ya lo dijo el poeta, mi patria es la infancia, y el amigo Tirsi, y los desconocidos, pero ya cercanos, Leandro y Dani nos lo hicieron de nuevo comprender. 
Yo, con la absurda ilusión de remedar al poeta, me agarro al chamuyo del Pocho y añado que mi patria es la infancia… y los amigos.
No conocí las guías Kapeluz, en mi época éramos más de vacaciones Santillana y yo en concreto mucho más de comics y poesía, que sinceramente me dejaban en el alma muchas más preguntas que respuestas y de esas andanzas cogí la querencia por las respuestas largas que no contestan del todo, por los chamullos como el del Pocho, que le llegan a uno allí donde guarda los recuerdos.
De la nostalgia de esas conversaciones y de la lejanía autoimpuesta salió la idea de este blog. Si no podemos echar unos verdes o unas cañas, al menos debemos poder leernos…
Por supuesto enseguida huimos de manera tacita de la tiranía de los 140 caracteres que la moda impone, y siguiendo el camino marcado por los ingenieros cronopios fabulamos convertirnos en famas cortazianas y sin casi darle tiempo salió este lugar de chamullos que tenéis a bien visitar.
Ya puestos, queremos invitaros a bailar con nosotros, no nos importan las conversaciones a dos, pero si se une alguno más seguro que será más divertido. Pasen y escriban, ¡¡¡hay verdes y cerveza para todos!!!

martes, 1 de noviembre de 2011

Manuales sobre lejania, por Pocho


Estas del otro lado, del lado que sea pero del otro lado, a una distancia tal que te sitúa en un lugar distinto. Estás en un punto de ubicación en que debes recorrer algo hasta llegar a su extremo opuesto. A veces son distancias tan fáciles de contar como unas cuantas calles. A veces un poco mayores como la provincia de al lado, a veces es el país vecino cruzando aquella frontera. Otras veces más difíciles de medir como el denominado “cruzando el charco”. ¿Cuántos son? ¿Diez, quince mil kilómetros? Da igual. Son muchos… o no.



 


Muchas tardes con Leandro o Daniel nos juntábamos a hacer las tareas de los manuales Kapeluz que nos daba nuestra maestra de grado, la señorita Jovita. Se transformaban en jornadas de derroche energético, comenzando con un recorrido por todos los juegos de la plaza Buratovich, campeonatos de salto desde las hamacas, pisar hojas secas y luego entrar a casa a reponer lo gastado con chocolatadas bebidas a velocidades insuperables para finalmente cumplir con la breve parte de lo encargado en clases.
Eran manuales, guías digamos, para aprender cosas diversas. El que más me guastaba era el de ciencias naturales. No sé por qué. Tal vez me intrigaba lo fantástico del equilibrio natural y al mismo tiempo su misteriosa complejidad. Pero seguro que en aquellos años de mediados de los ’80 no lo materializaba en pensamientos como este, simplemente lo disfrutaba, casi con la misma intensidad que el torneo de saltos desde la hamaca.
Leandro era desprolijo, al borde del caos, sus manuales tenían manchones de todos los colores de tinta que existían en esos años. Sin embargo era bueno buscando las respuestas más acertadas rápidamente. Dani era el intelectual de los tres, el que venía con las ejercicios estudiados desde su casa y a veces, después de discutir Leandro y yo un buen rato algún tópico, Dani terminaba leyendo su versión del mismo como si fuese un veredicto final… y claro, en esos casos era esa, la suya, la respuesta que rellenábamos los tres por igual.
Yo probablemente estaba a medio camino entre los dos, era el gracioso del trío, y nos contagiábamos con Leandro durante horas riendo por alguna seguidilla de disparates mancomunados sobre sucesos en la escuela: maestras, compañeros, recreos, etc. La pasábamos bien. Y además  cumplíamos con ese deber que nos representaba la máxima responsabilidad del día.
De alguna forma aquel trabajo era llevadero: los manuales nos guiaban a la respuesta, nos explicaban de manera concreta algo y luego debíamos resolver las preguntas de esa explicación. Siempre había una respuesta. No quedaban dudas sin resolver. Eran guías para aprender.



 


En los siguientes años de la vida no volví a toparme con manuales así. De vez en cuando si compraba algún electrodoméstico (nunca un TV!!!) revivía la sensación del manual Kapeluz. Leía su librito de instrucciones incluyendo las preguntas con respuestas que suelen estar al final, como del estilo “qué hacer si el aparato no se enciende: a) revise la posición de la batería, b) asegúrese de que esté conectado a la fuente eléctrica”. Revelaciones casi básicas.
Pero me fui dando cuenta que los manuales sencillamente existen para aprender temas  concretos como por ejemplo los nombres de países limítrofes, la conformación del primer gobierno nacional, los componentes de una célula eucariota, la oración bimembre, el ensamblado de un mueble prefabricado, el ajuste de emisoras radiales en un equipo de música, etc. Pero no me encontré nunca con uno que diga “manual para convivencia padres-hijos” o “manual para profundizar amistades” ni menos “manual de amores”. Que los hay, los hay, no lo niego, pero suelen acotarse a una lista de consejitos que, aplicados a la realidad, no resultan tan fáciles como se los describe. Menos que menos encontré uno que hablara de la lejanía, y no digo distancia sino lejanía, repito. Son dos conceptos distintos.
La distancia es eso concreto que mencionaba al inicio, mesurable, comparable. Pero la lejanía es abstracta, relacionada con un sentimiento de distancia que no necesariamente sea reflejo fiel de la cuantía de la misma.
Uno no se distancia de otra persona, se aleja. Puede vivir a tres calles del amigo de antaño pero la lejanía es tal que llena océanos. O puede estar al otro lado del charco aunque aferrado en los recovecos de su pensamiento, de manera que la lejanía entre ambos se reduce atómicamente a casi nada.
Esa es la materia que quedó pendiente en los manuales de Kapeluz, seguramente porque no hay nadie atrevido a escribir tal empresa y salir airoso con el producto.
Entonces nos queda vivirla a nuestra forma, aprendida a base de experiencia, de andares…



 


Es nuestro deseo que este espacio, aunque virtual, sea felizmente humanizado para rellenar todas las distancias que nos separan unos de otros haciendo que la lejanía sea solo temas de manuales por escribir.


El Pocho