Soliloquios chamuyados
Hay gente que dice que su patria son unos colores en una
bandera…
Yo comulgo con la
opinión del poeta que dijo que la patria de uno es su infancia, los olores de
su tierra, las palabras de su vida…
Yo creo en las palabras, en los sentires, en el idioma. Amo
mis palabras y amo las que dicen los otros, que aún sin entenderles me
trasmiten la calidez de su infancia y también de la mía.
Amo las palabras en las que cabalgan sentires y desdeño con fuerza
la tiránica moda de 140 caracteres, de idiomas aprendidos en 1000 palabras, de
modas ministeriales que usan los idiomas como herramientas de guerra o que
censuran periódicos que no dicen lo que la dama quiere.
Y cada vez más evito la concisión, la precisión, la poda
objetiva de los adjetivos inherente a mi trabajo. Y cada vez más me enamoro de
los circunloquios con sentido (también si este es surrealista) , que no de la
palabrería sin corazón ni razón, pero sí de la frondosa belleza que nace de evitar palabras como “cosa”,
¿sabes? “que fuerte”, “ya, tío”… o el
mítico “sin más” que florece en nuestras calles…
La palabra es fuerte, vehiculiza nuestras ideas y es plural.
Los fascismos de toda la historia han creado y servilizado palabras a su causa,
y de tanto repetirlas han sembrado de dudas las mentes nobles, y de oscuras certezas
las mentes débiles.
El señor Octavio Paz dijo cuando le preguntaron que sería lo
primero que haría si gobernase: “cambiar la lengua”…
Ahora sabemos lo
mismo que ante de primas de riesgo, de crisis, de bonos basura y de agencias
piratas que deciden como son las guerras ahora, pero nos han domado con el
miedo de las palabras y en este estado de ánimo del que sólo se sale con otras
palabras damos por válido lo que antes jamás hubiéramos soportado. Hemos desterrado
del día a día, por miedo a sonar cursis, o mal informados, o incluso a que nos
miren como locos, palabras como optimismo, solidaridad, futuro, ayuda, amistad…
En otras tesituras para no sonar pedantes o caer en vergüenza, evitamos
palabras exactas y precisas, pero que de no usarse ahora parecen cultismos.
Disgrego como un loco chamuyero con una cerveza en la mano
sobre este tema porque comparto el día a día con un grupo de locos y locas que habla con
cariño en euskera, reímos en los distintos colores del castellano y hasta
chamuyamos catalá si es caso e incluso destrozamos la lengua de las islas inglesas.
Y nadie Wertea estupideces ni reniega de aquello que más nos
une, las ganas de contarnos cosas, sea en el idioma que sea…
Como les dije, son un grupo de locos...
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