miércoles, 21 de noviembre de 2012

TALES FOR ZOE IN BASQUE AND SPANISH: PART II

ARRANTZALEAREN AMETSA


Eguerdiko eguzki gozoak laztandurik, olatuen joan-etorriari begira zegoen arrantzalea bere txalupatik. Itsasoak kulunkaturik eguzkitan batere kezkarik gabe egotea zein ederra zen ari zen pentsatzen, uhinek zabunkaturiko haurra bezala. 

Traje gris dotore batez jantzitako enpresari baten etorrerak, ordea, supituki atera zuen bere lasaitasunetik. Industria-gizon indartsu eta tripontziak esan zion:

- Jakin al daiteke zer egiten duan hemen, portuan, eguerdian? Zer demontre dela eta ez hago itsasoan arrantzan?

Galderak harritu xamarturik, hala erantzun zion arrantzaleak:

- Bukatu dut gaurkoz nire lana. Jasotako guztia merkatura eraman dut eta orain deskantsuaz gozatzen ari naiz eguzkipean. 

- Eta zergatik ez duk aingura jaso eta arrantzan jarraitzen?-setatu zen enpresaria.

- Eta zergatik egin behar nuke hori bada? -erantzun zuen arrantzaleak adeitasunez.

- Beno, ba horrela diru gehiago irabaziko hukeelako. Erraza duk. 

- Eta zertarako nahi ote nuke nik diru gehiago irabazi?- egin zuen arrantzaleak arrapostu. 

- Modu horretan txalupa handi eta modernoago bat erosi ahal izango huke eta harekin askoz arrain gehiago harrapatu. Beste pertsona batzuk ere kontratatu ahalko hituzke hire ordez arrantzan egin dezaten. Alegia, hain alferra ez bahintz, arrantzarako heure ontziteria propioa ere edukiko hukeela.

- Eta hori zertarako?

- Ontziteria edukiko bahu, inoiz imajina dezakeana baino aberatsago izango hintzateke!

- Eta hori zertarako?- beste behin arrantzaleak.

- Ba handik aurrerako egunak gogoak emandako guztia egiten pasa ahal izateko, eguzkipean deskantsuan, itsasoari begira, kezka eta larritasunetatik aske...

Anonimoa

EL SUEÑO DEL PESCADOR


Acariciado por el suave sol del mediodía, un pescador contemplaba desde su barca el vaivén de las olas. Mientras descansaba mecido por el mar, no hacía más que pensar en lo hermoso que era estar tendido al sol sin ninguna preocupación, como un niño acunado por las ondas.

Su tranquilidad se vio bruscamente interrumpida por la llegada de un empresario vestido en un elegante traje gris. El industrial, que era un hombre fuerte y barrigón, se acercó y le dijo:

- ¿Se puede saber qué está usted haciendo aquí, en el puerto, a mediodía?¿Por qué demonios no está usted pescando en alta mar?

Un tanto sorprendido por la pregunta, el pescador respondió:

- Ya he terminado mi trabajo por hoy. He llevado toda mi carga al mercado y ahora estoy descansando al sol. 

-¿Y por qué no recoge el ancla y continúa pescando?-insistió el empresario. 

-¿Y por qué habría de hacerlo?-respondió amablemente el pescador.

-Bueno, pues porque así ganaría usted más dinero. Así de sencillo.

-¿Y para qué quiero yo ganar más dinero?-replicó el pescador.

-Pues porque así podría comprarse una barca más grande y más moderna, con la que pescar muchos más peces. Incluso podría contratar a varias personas para que faenaran por usted. Vamos, que si no fuera tan perezoso, podría incluso tener su propia flota de barcos pesqueros. 

-¿Y para qué?

-Pues porque si la tuviera, sería mucho más rico de lo que jamás ha podido imaginar. 

-¿Y para qué? -replicó una vez más el pescador.

-Pues para pasar el resto de sus días haciendo lo que se le antojara, descansando al sol, contemplando el mar, libre de angustias y de preocupaciones...


Anonimo

jueves, 15 de noviembre de 2012

TALES FOR ZOE IN BASQUE AND SPANISH: PART I

SUGARRAREN BOTEREA

Bazen behin mugagabeko indarra zuen burdin-haga bat. Denek- aizkorak, zerrak, mailuak eta sugarrak- burdin-haga bitan zatitzen saiatuko zirela erabaki zuten.

- Nik lortuko dut!! - esan zuen aizkorak. Behin eta berriz golpatu zuen haga baina bere ertz zorrotza kamustea besterik ez zuen lortu.

- Utzidak niri!! - bota zuen zerrak eta burdin-haga erdibitzen saiatu zen amorruz, hortzak galdu eta erabat ahiturik amore eman zuen arte.

- Banekinan ez hunala lortuko - hasi zitzaion mailua zerrari. - Erakutsiko dinat nik nola egin behar den. Lehenengo golperako, ordea, burua galdu zuen mailuak eta ez zion burdin-hagari urraturik ere egin.

- Saiatuko naiz ni orain? - galdetu zuen lotsati sugar ttikiak.

- Ahaztan - erantzun zioten denek-, ez hunake sekula lortuko. Zer egin dezaken hik, suño ziztrin horrek?

Orduan, sugar ttikia burdin-hagari hurbildu zitzaion, besarkatu egin zuen eta ez zuen urtu arte askatu.

    Esopo
(kristo aurreko 6.  mendeko fabula-idazle greziarra)


EL PODER DE LA LLAMA

Érase una vez una barra de hierro de una fuerza infinita. Todos -el hacha, la sierra, el martillo y la llama- intentaron romperla en dos.

- Yo lo conseguiré -dijo el hacha. Golpeó con su filo la barra una y otra vez pero lo único que consiguió fue perder su afilada punta.

- Déjame a mí -dijo la sierra, que se ensaño con el hierro hasta que, ya exhausta y sin dientes, se dio por vencida.

- Sabía que no lo conseguirías. Yo te enseñaré cómo hacerlo - dijo el martillo a la sierra. Pero en el primer golpe perdió la cabeza, sin abollar ni un poquito la barra de hierro. 

- ¿Lo intento yo ahora? -preguntó tímidamente la pequeña llama.

- Olvídalo -le respondieron todos-, nunca lo conseguirías. ¿Que puedes hacer tú, insignificante lumbre?

A continuación, la pequeña llama se acercó hasta la barra de hierro, la abrazó y no la soltó hasta derretirla.

Esopo
(escritor de fábulas griego del siglo 6 antes de cristo)

domingo, 11 de noviembre de 2012

FELICIDADES AMIG@S CHAMUYER@S

Cumplimos un año chamuyando en el éter cósmico del siglo XXI, llamado internet, red de redes o simplemente "la uev".
Habrá que seguir saliendo al exterior, o continuar dando rienda suelta a la imaginación que tanto nos caracteriza, de manera que estas bonitas páginas sigan creciendo, brindándonos una sonrisa al leer sus líneas.
Por muchos más!!!

El duende del escenario


A las 10 y cuarto en punto, Rafa y yo nos abríamos paso entre la multitud –eso siempre me ha gustado mucho- con nuestros gin-tonics en la mano. Más tarde lo comentaría con mucha gente, pero aún me cuesta explicar esa sensación de subirse a un escenario, por modesto que sea -15 cm de alto, 3 m de ancho, 1’70 quizás de profundo-, y el subidón consiguiente.
Intuir el hormigueo expectante del público (mi timidez no suele mirarles francamente, percibo únicamente movimientos o hálitos), desactivar con dedos temblorosos el standby del ampli (artilugio que sirve para lo que un amigo mío llama dejarlo ‘a fuego lento’), oír el primer zumbido de los bafles y el primer rasgueo de comprobación, ya arrollador; estudiar el perfil sereno de tu cantante, que repite alguna palabra para probar el micro, adivinar la tensión del técnico de sonido y el silencio creciente, o más bien abrupto, de la concurrencia.
A partir de ese momento no soy yo mismo, sino una materia fluyente. Después del primer compás sé que todo lo ensayado no va a servir de nada, y que aquel sonido granulado y obsceno que buscaba yo sin éxito en el local se me va a ofrecer ahora naturalmente. Que todo será de nueva creación esta noche, exclusivo. En un instante desaparece todo presupuesto. No somos más que dos tíos tocando rock and roll, y ese formato nos obliga a acaparar más atención de lo habitual. Por eso pude haber temido no saber posar con la guitarra, pero la escena me ofrece enseguida la mejor postura, desafiante y sólida. De repente me invade la seguridad de que haga lo que haga no voy a caer en una nota falsa, y si lo hago va a sonar como un recurso absolutamente genial. Rezumo veteranía, soy el mejor espíritu del rock, ése que siempre he querido encarnar y del que me han mantenido alejado mis complejos. La guitarra parece dotada de vida propia: mi papel parece reducirse a sostenerla, acentuar sus gemidos, coreografiar su canto. Muchos ojos fijos en mí enmudecen cuando la experiencia de otras noches de música les hace intuir que la guitarra va a decir su frase, y veo de reojo cómo asienten complacidos porque no se han frustrado sus expectativas. Apenas necesito mirar a Rafa, ni él a mí, tocamos con la memoria de tantos años de intercambiar inteligencias. Antes de subirnos al pequeño podium en que nos desenvolvemos, y dados los escasísimos ensayos, podríamos haber temido algún desajuste, alguna tensión o el fleco de alguna falta de entendimiento, pero una vez encaramados en esos quince centímetros resulta inimaginable.
Mi mástil sube, baja, templa, se eriza, y soy yo mismo quien lo maneja con mano experta y firme. El artista es Rafa, por él estamos aquí, pero sé que también yo voy ganando adeptos. Adelanto el pie o la pelvis, me ofrezco, deambulo, desatiendo al público, me tomo mi tiempo para un sorbo de gin-tonic, afino por fuera y a la antigua; enciendo un cigarrillo, charlo con el cantante. No sé qué es lo que ha descendido sobre mí, pero soy un hombre desbordante de alma. Y de calma. La telecaster se porta maravillosamente: truena como una auténtica reina del rock, y yo correspondo como se merece. Improviso nuevas pulsaciones, ataques, movimientos y disonancias que funcionan como si hubieran nacido conmigo. Consigo tan exactamente la dicción, el suspenso, la intensidad, la duración y el tempo que pretendo de cada nota que casi acabo mareado. Llego a preguntarme si soy yo quien toca o si es que alguna entidad celestial me está utilizando como vehículo. Me envuelve una seguridad indestructible, me parece estar esparciendo virilidad, sentimiento, desgarro, sensibilidad, fiereza, fragilidad y potencia. Me siento incluso atractivo, deseado por los hombres y mujeres que puedo entrever en las primeras filas, hombres y mujeres que contienen la respiración para no perderse ni un detalle de ese torrente que amenaza con hacerles reventar de emoción insoportable. Brillan húmedos los ojos en la oscuridad, los finales de las canciones se desploman desde su cumbre emocional para ser celebrados con la euforia nerviosa del superviviente…

No sé si he dicho ya que me había fumado un par de caladas de canuto.


José Puerto