sábado, 14 de abril de 2012

MEMORIA VISUAL

“Lo recuerdo
(yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado,
sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)”

Jorge Luis Borges, Funes el memorioso



Memoria visual

¿puede uno recordar todas las mujeres que ha visto?

No me refiero aquí a las que ha besado, ha manoseado torpemente una tarde de primavera en un parque, ha tenido en la cama. Las mujeres que uno ha tocado forman parte de otra categoría, muy diversa, a la que hago referencia hoy.

Sólo me preguntaba y les preguntaba, si es posible, si nos es posible recordar de una vez, de un certero, instantáneo, fugaz, demoledor pantallazo, a todas las mujeres que hemos visto pasar junto a nosotros. Esto -sé bien- que les será particularmente difícil a todos los hombres que, como yo, practicamos con frecuencia ese secreto, fugaz, inevitable, repudiado si es que vamos acompañados por una mujer, vertiginoso por el abismo que nos revela, y muchas veces doloroso por la realidad de la belleza que nos arroja a la cara, deporte de mirar mujeres pasar.

Las curvas laterales y concluyentes de la cola mientras, durante y después que han pasado, el vai-ven de las tetas sobre todo de costadito, el abismo del escote cuando empieza el calor y se empiezan a reproducir los abismos por todos lados multiplicando el riesgo de caer a cada paso, la curva delicada y suave de la pantorrilla que se cierra y se afina hasta concluir en los tobillos (me dijeron, me lo dijo una mujer, que las mujeres de tobillos finos son mejores en la cama, quien sabe porqué), el angostamiento en la cintura que sólo sirve para preanunciar el posterior y mucho mas importante ensanchamiento, el de la cola, y tan importante como eso, el nuevo afinamiento que debe ocurrir por debajo, al iniciarse los muslos, detalle fundamental para la figura femenina, las líneas en ángulo recto en los hombros que son la base de la elegancia al caminar. Ah, y los ojos, los hermosos y brillantes y profundos ojos. Porque además de todas las otras cosas mas importantes que tienen y de las que he mencionado sólo algunas pocas, si señores las mujeres también tienen ojos, que en líneas generales no nos miran pero ahí están, como la puerta de ingreso al alma que son y siempre mirando para otro lado, como manteniendo esa puerta fuera de nuestro alcance, y aunque uno pueda intuir algunas veces “un mirar sin mirar”, un relámpago de atención lateral, fugaz, destinado al que las mira pasar, en el que se mezclan la curiosidad, la reprobación y hasta muchas veces el desdén, la mujer que miramos pasar no nos mirará jamás, porque de otro modo la situación cambiaría -no estoy seguro si para mejor o peor pero cambiaría- porque en ese caso entraríamos en una dimensión mas comprometida y peligrosa que casi nunca ocurre, porque de ese modo -tal vez- la mujer en cuestión pasaría a revistar en alguna de las categorías enunciadas al principio de este libelo, porque no es comportamiento de una dama mirar al hombre que la mira pasar, y porque así debe ser y listo.

Por todas o quizá por sólo algunas de esas cuestiones es que la mujer que vemos pasar no nos mirará, manteniendo de este modo nuestra relación -que podemos catalogar de inexistente- en el terreno de la fantasía y del sueño, pero al mismo tiempo permitiendo esa fantasía, siendo de algún modo cómplice de esa fantasía, la que no puede, no debe ser explicitada, tal como no deben ni pueden mencionarse en voz alta los argumentos del sueño.

Dicen que somos limitados pero tenemos un ansia de infinito. Que somos mortales pero tenemos un ansia de inmortalidad, y que tal vez de allí nazca ese afán, que en verdad, resulta un tanto infantil, de los hombres de aspirar, de pretender, de al menos mirar a todas las mujeres. Y si de infantilidad tenemos que hablar, es en este lugar donde podemos declarar que los hombres nunca crecen. Las mujeres maduran y viven con responsabilidad los asuntos de la vida y se comportan tal y como debe comportarse alguien que ha crecido y asume sus virtudes y sus vicios. Los hombres en cambio son siempre niños, y -algunos mas y otros menos- nunca dejan los comportamientos inmaduros y las alternativas del juego. Por decisión o incapacidad, los hombren nunca crecen del todo, y continúan jugando para siempre, cambiando solamente los argumentos pero nunca dejando de jugar. Un personaje como Peter Pan sólo podría haber sido masculino. Tal vez sea de este y no de otro asunto del que nacen muchos si no todos los conflictos entre hombres y mujeres, novios y novias, maridos y esposas. Pero eso es ya asunto para otro escrito.

Dicen también que en realidad hay una sola cosa que en verdad sabemos, que nos vamos a morir, y sabiendo bien y con certeza esa sola cosa, no estamos dispuestos a renunciar a todo lo otro, todo lo que -bien sabemos- nunca podremos tener, porque somos limitados, finitos, débiles, mortales en fin.
No lo sé, tal vez sean ciertas todas estas aseveraciones que se dicen de nosotros los hombres. Tal vez sea cierto que tenemos deseos insensatos e irrealizables. Que pretendemos cosas que no sólo no nos corresponden sino que además son ¿Cómo decirlo? tal vez Ilícitas.
Como quiera que sea, la inclinación, la inevitable afición de mirar mujeres al pasar nos propociona la posibilidad al menos ilusoria de conocer en detalle, en todo detalle sus anatomías, conocer tal y como sería apreciar su desnudez en vivo movimiento, que en parte vemos y en parte imaginamos, recordar cada pequeño detalle, cada matiz de cada color de su pelo, la inflexión de cada músculo a cada paso dado a nuestro lado, el aroma exhalado por su pecho al respirar, y recordar todas estas cosas, recordarlas como el modo seguro de atrapar un pedazo de la eternidad que se escapa con el sol de la tarde. Es privilegio de la mujer, de la mujer que pasa, y del sol, el de crear un momento de belleza imborrable, en la eterna historia del universo.

Puede ser que pretender tener a todas las mujeres que deseamos sea como pretender vivir todas las vidas, como tener todas y cada una de las experiencias que esas mujeres nos pueden proporcionar -sucesiva o simultáneamente, como quieran- puede ser que esa pretensión no sea otra cosa que la vana e inaccesible pretensión de la inmortalidad. Puede ser, pero si de soñar se trata, yo no pretendo menos que eso.

En este punto revelaré entonces el motivo de tanta palabra anterior, inútil y desperdiciada en el inoportuno escrito que tienen ante sus ojos. Como hombres que somos y por tanto dispuestos a perder el tiempo con juegos, desafíos y berretines metafísicos, les propongo que intenten recordar cada detalle que les sea posible, cada matiz del reflejo del perfil, cada grácil paso dado por las mujeres que pasan a su lado, como un modo, tal vez el único, de atrapar para siempre ese pedazo de la eternidad que nos soslaya, para que no haya ocurrido en vano, para que no se pierda para siempre.

Yo, que difícilmente recuerdo como es la ropa que me he puesto ayer, donde he estacionado mi coche, o qué es lo que debo hacer mañana, estoy dispuesto a intentarlo. Yo, que he hecho casi todo lo posible por olvidar a una sola mujer y no he podido, les propongo este -divertido e inútil- ejercicio de la memoria.

por Bartleby


21/9/2010 – 8/2/2012

1 comentario:

  1. Lo de los tobillos. Si lo dijo una mujer (de tobillos cómo?) habrá que creerla. Sin embargo, mi teoría era que las mujeres de tobillos finos son demasiado orgullosas.
    A mi, que también soy un admirador impenitente de la mujer que pasa, se me antoja el propuesto un ejercicio atractivo pero agotador. Sospecho que me resultaría más abordable (por volumen, digo) recordar a las que 'he tenido en la cama'. Eso lo puede asumir fácilmente hasta una memoria tan frágil como la mía.

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