Compañeros:
La confrontación entre
técnica y alma, entre formación y talento, es un viejo objeto de debate. Yo,
como carezco de ambas cosas, es decir, como no puedo ser juez y parte, puedo
opinar tranquilamente al respecto. Si han fracasado mis intentos ha sido por
falta de talento más que por falta de técnica, aunque es verdad que también
carezco de la retentiva suficiente para los datos técnicos. Pero, si cuando
pintaba no sabía qué color resulta de mezclar rojo inglés, blanco y una pizca de
azul de Prusia, las pruebas resultaban edificantes, y la capa de pasta producto
de esa impericia conseguía cierto carácter. Cuando fotografío no recuerdo nunca
la relación entre velocidad y apertura, y no sé qué significan las ‘f’ de los
objetivos, pero a veces consigo fotos decentes, que revelo también sin atender a
requisitos. Lo que mejor se me da, sin embargo, creo que es tocar la guitarra.
Eléctrica, claro.
Cuando ayer salió a la
conversación, se pusieron en marcha los resortes que se me mueven siempre a la
sola mención de ese instrumento. Porque tolero bien que se defienda que la
formación y el aprendizaje –disciplinado, inmisericorde, larguísimo- resultan
imprescindibles para dominar otros instrumentos. Entiendo que tienen que pasar
unos meses antes de arrancarle a un violín una nota audible, que hay que
aprender a soplar en los instrumentos de viento y que la carrera de piano dura
muchísimos años –aunque tengo para mí que un músico naturalmente dotado los
podría reducir a seis meses, aprendiendo por su cuenta-. Pero la guitarra
eléctrica es otra cosa.
Claro que un músico de
formación no va a concebir fácilmente otro modo de acercarse a un instrumento
musical que no sea el del aprendizaje clásico. Escalas, armonía, trasposición…
disciplinas orientadas a formar un concertista. Pero en mi opinión, ese camino
puede valer para la guitarra española, pero no es necesario –más bien
contraproducente- para la eléctrica. A menudo, se toma como una boutade mi comentario de que la guitarra
española y la eléctrica son dos instrumentos bien diferentes, pero yo lo digo
muy en serio. Se puede tocar, claro está, la segunda como la primera, y
obedeciendo a los mismos fundamentos, pero mataremos así toda la expresividad
del instrumento, despreciaremos su lenguaje propio y, en fin, conseguiremos
tocar una guitarra clásica amplificada.
Por eso sostengo que la
guitarra eléctrica ha de tocarse con las
tripas, como decía, y no hay que repetir el mismo solo dos veces. Es
un instrumento cuyo lenguaje no concibe la perfección (Oskar) sino lo contrario:
el desarreglo, el fleco, el acople, el cerdeo. Todos esos aparentes obstáculos
son los que enriquecen la expresión de un instrumento obsceno como pocos, que
debe sonar a demasiado volumen y demasiado saturado si quiere desenvolverse
según su filosofía.
Menudo sermón. Oskar:
imagina que yo pretendiera empezar a tocar la trompa de un día para otro, sin
ninguna noción. Seguramente protestarías. Pues de manera parecida, pero en
sentido contrario, protesto yo para defender el honor de mi
instrumento.
Y Matías, estoy seguro de
que tu amigo el guitarrista pensaría que soy un charlatán. En realidad, tengo
que confesar que no he encontrado demasiados adeptos –incluso dentro del rock- a
esta ideología que he intentado esbozar (y resumir, lo
juro).
Disculpad el atrevimiento,
y la extensión.
Sed
felices.
José
Puerto